Rastro de Valencia
  Nuestra lucha
 
 

Nuestra lucha

     Nuestra lucha se remonta a la fecha en que se legalizó la venta ambulante en el Rastro de Valencia (en 1988) con lo que se pretendía normalizar una actividad en la que la espontaneidad no estuviera reñida con el respeto a unas normas básicas de convivencia. El intento fracasó a partir del momento en que el Ayuntamiento cambia de rumbo político y, aprovechando la circunstancia de que se había perdido el contacto con la tradición del mercado, se pretendió darle un enfoque elitista donde solo cabía su regularización: el Rastro, aunque asilvestrado, ya estaba inventado. Esto, solo nos condujo a un estéril debate y enfrentamiento entre compañeros entorno a la dignificación del Rastro, la cual supondría para unos, el retorno a un imaginario esplendor (del que se hablaba en pretérito como en los mitos de la Biblia)  pero que en realidad, de lo que se trataba, era de discriminar la actividad recicladora y mercantil del trapero (núcleo entorno al cual gira el interés del mercado) a favor de las pretensiones comerciales de los escasos vendedores especializados en antigüedades y coleccionismo.
    El Rastro siempre fue un sitio donde se reciclaba, principalmente, cualquier producto artesanal o manufacturado. En si mismas, las antigüedades, coleccionismo y curiosidades han ocupado siempre un lugar proporcional a la demanda debido a su propia naturaleza, pues, el mundo de las antigüedades está reñido con la venta ambulante por la fragilidad de los artículos, cuyo transporte, manipulación y exposición acabaría por deteriorarlos, depreciando así su valor y el prestigio del anticuario. La prueba está, en que la mitad de los libreros de viejo y algunos de los más prestigiosos anticuarios de Valencia, comenzaron vendiendo en el Rastro y acabaron estableciéndose siguiendo la misma pauta.     
    Nuestra buena o mala reputación (según el punto de vista de quien haga el juicio de valor) acaban corroborándola los miles de personas que acuden cada domingo al Rastro y que no son precisamente el resultado de la aplicación de ninguna técnica de marketing,  sino la consecuencia natural de nuestra manera de  relacionarnos con el resto de la sociedad, en lo que para nosotros, no solo es un medio de vida, es más bien: una manera de vivir la vida. Por lo tanto, no cabe pensar que la dignidad sea una cualidad intrínseca que posen los objetos y que se transfiere a las personas al entrar en contacto con ellos, sin más; sino todo lo contrario, las personas, con  su esfuerzo, constancia y honestidad son las que hacen que una actividad y el resultado de esta sea digna, o sea: “merecedora de algo”.  
    En manos del Ayuntamiento está la defensa y promoción de un mercado tradicional que, desde que se celebra en domingos y festivos, se ha convertido en una oferta de ocio merecedora, como cualquier otra, de la suficiente atención, mantenimiento y mejora de los servicios que son de su competencia.      


 
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