Rastro de Valencia
  Historia
 

 

Un poco de historia palrastro

 

     Remitiéndome a lo que en su día publicó Rafael Solaz, en su libro, Guía de las guías de Valencia. ,  el Rastro de Valencia estuvo durante siglos ubicado en la plaza del Mercado, formando parte de la actividad diaria de este centro comercial y neurálgico. A las puertas de la Lonja , la iglesia de los Santos Juanes y la plaza de la Compañia, montaban sus puestos los traperos, ropavejeros, chamarileros, chatarreros (que todo es lo mismo). Herramientas, muebles, ropas y enseres; libros y quincallas, todo lo que pudiera ser reciclado para atender la demanda del momento: la necesidad, la curiosidad y el oportunismo, eran (y son) el estimulo que encontraban quienes se acercaban a estos puestos.
    
    Después de la Guerra Civil, los puestos ambulantes desaparecieron y solo quedó el Pasaje de San Juan (hasta su desaparición a finales de los 50,s) y algún chamarilero en les covetes de los Santos Juanes dedicados a estos menesteres.
 

   

Valencia: Rastro de los Santos Juanes a principios del siglo XX

  
     En 1960, el Rastro comienza una nueva etapa en el mercado de la Congregación (uno de los mercados dedicados a la alimentación más antiguos de la ciudad, junto con el moderno Mercado Central y el de Mosen Sorell) en la plaza de Nápoles y Sicilia. Este mercado se encontraba agonizando. Ya solo quedaban cuatro o cinco casetas de madera, vetustas y desvencijadas, desprendiendo los últimos estertores de su existencia secular en medio de un entorno decadente, cuando, a instancias del Sr. Pechuan, ordenanza jubilado del Ayuntamiento de Valencia y aficionado a la quincalla antigua, consigue que el Ayuntamiento aprobara en pleno de 26/02/1960 la autorización necesaria para realizar la venta ambulante, durante los domingos y festivos.

    
    Hasta principios de los años 70, el Rastro contaba con escasamente ocho o diez puestos localizados en la plaza de Napoles y Sicilia, en los que en su mayoría se vendía quincalla, relojes de bolsillo y artículos reciclados. En 1984 (año en el que comenzamos a vender muchos de los que hoy constituimos el grupo de veteranos) el Rastro comienza a experimentar un crecimiento considerable como consecuencia de los cambios políticos y económicos que todos conocemos y se extendía de forma incontrolada por todas las calles adyacentes, hasta llegar a la plaza del Arzobispado. Todos los vendedores, excepto cuatro o cinco, éramos ilegales en tanto que no poseíamos permiso de venta. Nuestro inicio consistió en vender nuestras propias pertenencias en un ambiguo y abigarrado mercado medieval con ambiente de feria. El desorden y la promiscuidad resultaban atrayentes, tanto para el público como para los propios vendedores, que en su mayoría carecíamos de experiencia, circunstancia que acentuaba la espontaneidad que caracteriza al Rastro.
    
    En 1988, la alcaldesa Clementina Ródenas (PSPV) decide la ordenación del Rastro e inicia el proceso de normalización o, dicho de otra manera, de integración del Rastro en el conjunto de una sociedad moderna y laica, en el que la marginación no cabía interpretarla como una consecuencia directa del pecado y, por lo tanto, hubiera que avergonzarse de ella y esconderla. Además, el Rastro había alcanzado la cota más alta de rechazo social por la impunidad con la que los pequeños delitos se rentabilizaban. Por una parte, el chorizo no encontraba mayor obstáculo para obtener provecho que el de su propia picardía; y por otro lado, la policía contaba, como si de un coto de caza se tratara, con un lugar donde equilibrar sus estadísticas.        
    

    Se eliminaron los puestos de la plaza del Arzobispado y del resto de calles adyacentes por donde se desparramaba, y el Rastro quedó circunscrito a la Plaza de Nápoles y Sicilia y más tarde se amplió a la plaza de Mosén Millá y calle del Barón de Petrés. Se retiran las dos últimas casetas del mercado de la Congregación; se parchea el suelo con asfalto y se pintan las líneas de demarcación de los puestos. Los vendedores que quisieron y pudieron hacer frente al pago de la patente de venta ambulante que exigía el Ayuntamiento, se vieron obligados a pagar una tasa bimensual, que por más que resultara asumible, no dejaba de representar una obligación frente al más mínimo derecho y para colmo de nuestros males, en 1991, el Ayuntamiento toma un rumbo político conservador y el Rastro continuó con su rol medieval, o sea, sin ningún control administrativo ni presencia policial, con lo que el resultado de la legalización iba a resultar ser para nosotros: lo mismo que cuando uno tiene hambre y le dan bicarbonato.

     
    En 1994, el Ayuntamiento consigue, con muchas reticencias por nuestra parte e incluso por parte de los ciudadanos, que aceptemos el traslado del mercado porque se va a efectuar una remodelación de la plaza de Nápoles y Sicilia. La alternativa que se nos ofrece es precisamente la de la plaza de Luís Casanova, a la cual nos negamos por considerar que al alejarnos del centro, disminuirían los visitantes y optamos por la peor de las soluciones: el parking del Antiguo Hospital, colindante con las calle de Guillen de Castro y Quevedo. En este lugar continuó, con más encono si cabe, el comportamiento indolente por el que la administración del PP optó, desde que se hiciera cargo de la alcaldía en 1991, en lo referente a la limpieza, seguridad y administración, abandonándonos a nuestra suerte en un paraje desolador, puesto que no se llevó a cabo ninguna mejora para adaptar el lugar a nuestra actividad como se nos prometió en su día.
    
    Tres años duró el maltrato y en 1997 tuvimos que abandonar el parking para dar paso a la construcción del MUVIN. Cuando se nos propuso otra vez, la plaza de Luís Casanova, no dudamos ni un instante en aceptar y fue una decisión bastante acertada en cuanto a que es el mejor sitio con diferencia. Un lugar amplio, con un excelente drenaje y parcialmente sombreado por los plátanos que separan las dársenas y además, cuenta con una buena comunicación.
    
    Actualmente, el Rastro lo componen 500 vendedores que dependen de las inclemencias del tiempo y del empeño del Ayuntamiento por borrar de la memoria colectiva la figura ancestral e incombustible del trapero, germen de todos los Rastros, antiguos o modernos, y que tan solo necesita atención, comprensión y promoción

    
Dentro de no se sabe cuanto tiempo habrá cambios en la plaza de Luís Casanova y no sabemos cual será nuestro futuro. El Rastro es un mercado ambulante pero no tiene por qué ser itinerante en la medida que es un Mercado Tradicional consolidado, que cada vez está teniendo más aceptación entre el público cuanto más acercamiento hay hacia sus formas y razón de existir.

                   

 
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